Tierra de poetas©
Yo conozco mi tierra,
nacida en las entrañas del monte,
donde el sol errante riega mi firmamento
y en las faldas del volcán, galopa el sentimiento.
Es bañada por la sangre de poetas
y arrullada por las danzas milenarias.
En ella, copula el pecho amarillo con la tarde
y el cacique defiende su trono, erguido.
Allí,
donde los cafetos en flor son siempre generosos
y las damas del campo recogen sus granos de oro;
anhelando escuchar el ferrocarril olvidado
en el confín del tiempo amado.
Allí,
donde el grillo entona galante el día,
y la noche como fantasma en cañaveral herido,
enjuaga los ojos del poeta soñante.
He nacido, tengo alma,
y vengo de una tierra semejante...
es mi tierra novia sin velo,
donde la poesía es profusa e inquietante.
nacida en las entrañas del monte,
donde el sol errante riega mi firmamento
y en las faldas del volcán, galopa el sentimiento.
Es bañada por la sangre de poetas
y arrullada por las danzas milenarias.
En ella, copula el pecho amarillo con la tarde
y el cacique defiende su trono, erguido.
Allí,
donde los cafetos en flor son siempre generosos
y las damas del campo recogen sus granos de oro;
anhelando escuchar el ferrocarril olvidado
en el confín del tiempo amado.
Allí,
donde el grillo entona galante el día,
y la noche como fantasma en cañaveral herido,
enjuaga los ojos del poeta soñante.
He nacido, tengo alma,
y vengo de una tierra semejante...
es mi tierra novia sin velo,
donde la poesía es profusa e inquietante.
Ana confió ©
Cierto día la despertó el aguacero,
golpeando fuertemente a su ventana.
Llegó llamándole con gritos de invierno,
y la invitó a asomarse al balcón, aquella mañana.
Luego la lluvia tomó la palabra;
y con voz calmada pronunció su nombre: Ana,
después, con la ayuda del viento se balanceó a su cara,
incitándole a responder a su palabra.
Ella no sabía que responderle.
La lluvia se balanceó nuevamente y besó sus labios.
El ser de Ana tejió vínculo con la lluvia.
La lluvia traicionera y sonriente,
en su cuerpo jugueteaba;
entrando y saliendo por los mil poros de Ana,
a la vez que su piel morena se erizaba.
Después de cierto jugueteo, la lluvia recuperó la compostura,
y con voz asertiva le lanzó un terrible presagio:
“Me ha enviado la muerte a buscarte”.
Acto seguido, el ojo humano dilató su pupila,
el sistema nervioso hizo de las suyas,
y sudor procedió a salir de los pómulos de Ana;
mezclándose con el roció de lluvia, que huido no había de su rostro.
Ana,
temiendo ser víctima de emboscada o trampa alguna
tendida por las fuerzas malditas de la naturaleza y el mal;
dio tres pasos atrás.
Al tercer paso y con susto incapaz de disimular,
resbaló con la lluvia, que mojaba el suelo de su balcón.
Y Ana; inconsciente, tendida en el concreto,
y con golpe mortal: empezó a sangrar.
golpeando fuertemente a su ventana.
Llegó llamándole con gritos de invierno,
y la invitó a asomarse al balcón, aquella mañana.
Luego la lluvia tomó la palabra;
y con voz calmada pronunció su nombre: Ana,
después, con la ayuda del viento se balanceó a su cara,
incitándole a responder a su palabra.
Ella no sabía que responderle.
La lluvia se balanceó nuevamente y besó sus labios.
El ser de Ana tejió vínculo con la lluvia.
La lluvia traicionera y sonriente,
en su cuerpo jugueteaba;
entrando y saliendo por los mil poros de Ana,
a la vez que su piel morena se erizaba.
Después de cierto jugueteo, la lluvia recuperó la compostura,
y con voz asertiva le lanzó un terrible presagio:
“Me ha enviado la muerte a buscarte”.
Acto seguido, el ojo humano dilató su pupila,
el sistema nervioso hizo de las suyas,
y sudor procedió a salir de los pómulos de Ana;
mezclándose con el roció de lluvia, que huido no había de su rostro.
Ana,
temiendo ser víctima de emboscada o trampa alguna
tendida por las fuerzas malditas de la naturaleza y el mal;
dio tres pasos atrás.
Al tercer paso y con susto incapaz de disimular,
resbaló con la lluvia, que mojaba el suelo de su balcón.
Y Ana; inconsciente, tendida en el concreto,
y con golpe mortal: empezó a sangrar.
Cartas a mi niña ©
Me surge la incertidumbre, doncella de perenne encanto;
si por cien siglos más de primavera
tu cutis fino me dejarás,
con la harina seguir comparando.
Eres de labios suaves, un tanto azucarados...
como fruto esplendido de algodón de nieve,
hilado tiernamente a tu semblante.
Y tu belleza es la joya que yace,
en la exquisitez de mis sábanas blancas.
Y tus ojos candentes sin querer han derramado: la miel que endulza
fervientemente este milagro.
Es por eso que otras veces,
a desnudarte me he atrevido con la mente,
y sin haber visto, he visto tu cuerpo,
de armiño terso y abdomen raso.
Mi niña:
solamente deseo que comprendas;
hacer de tu imagen estatuilla no pretendo.
Aunque de tu resina amorosa, tengo suficiente
y con ella rellenar puedo el universo.
Espero siempre seas mi bella dama:
capullo acogedor que me remida de quebranto; y sin importar en donde coseche yo la vida,
me permitas llevar imperecederamente
tu deleitoso aroma de prado en prado.