Poesía
Naturaleza herida © |
Está cambiando el mundo Maestro,
alentado por los que osaron enturbiar con saña tu sensibilidad cimera. Está cambiando el mundo. Empieza a morir una quimera. Ya no canta el sinzontle en las alturas, ya no palpita el rio en las bajuras, más se acrecienta el dolor de la agonía entre estertores sordos que estremecen la faz herida, dejando entre los surcos expuestos, las venas macilentas que manan la preciada sangre derretida. Está cambiando el mundo Maestro. Está muriendo la vida con tristeza en una lenta agonía, con cada rugir de la sierra, con cada humareda obscura, con cada guerra sangrienta, odiosa, suicida, que con saña artera golpea siniestramente la otrora vida prometida. Está cambiando el mundo Maestro. Cayó el gigante herido por el golpe certero del hacha en su vida. Calló la avecilla que con ilusión arrullaba su enternecida cría. Está cambiando el mundo Maestro. Al batir del cañón polvoriento que en el sordo crepitar de los tiempos rasgó la tenue claridad del día. Cayó una niña abatida y con ella la humanidad se desangra, se aniquila. Está cambiando el mundo Maestro. ¿Qué será de mi vida? |
Al otro lado del mundo ©Al otro lado del mundo debe existir algo que a la vida espera.
Quizá un cielo calmo, flotando sin prisas con las conciencias eternas, donde el espíritu vaga en su infinito con paso cansino. Quizá un mar bravío, rugiente, encrispado, batiendo crestas sinuosas en las cimas frustradas de los recuerdos callados. Quizá un hosco lago ardiente en convulsos remolinos, o una sabana de un blanco glacial, mortecino, delirante, que se embebe en las frustraciones de su pobre sino. Al otro lado del mundo, hacia donde guiaran mis pasos terrenos mi futuro eterno y mi descanso prometido? Cubrirá la tierra mi cuerpo inerte, mas persiste la duda en mi espíritu de por sí ya doliente. Adonde guiaran mis pasos, cuando despierte de mí trajinar de este mundo peregrino. Al otro lado del mundo, que me depara el destino? Será un vagar eterno, delirante, en un gozo infinito sin placer terreno, adormilado en las brumas de un sabor etéreo, o un rondar taciturno entre las crestas abruptas, dando tumbos retorcidos, arropado entre las ondas de los yerros pasados , rumiando sinsabores de recuerdos ya olvidados que frustraron anhelos y ocultaron caricias que anidaron su dolor en el vacío. Al otro lado del mundo, ajeno al peregrinar terreno, en espera infinita, mi espera esta serena. Al otro lado del mundo conoceré el dolor de mi gozo. Te conoceré, inexorable destino. |
Poesía ©Poesía es el ropaje artesanal de los sentimientos.
Emulación del cántaro sediento que viaja al pozo rozagante para saciar su sed y calmar el ímpetu del aljibe enardecido. Fuego vivaz que se solaza maleando el metal incandescente, dando vida propia al acero amorfo complaciendo el inconsciente. Poesía es desgarro en carne viva, pétalo de flor en movimiento. Brisa fresca que se arrulla en el regazo tierno de un capullo somnoliento. Poesía es aliento de las flores que danzan con el viento. Suspiro acompasado del amante delirante. Despertar silente del amor tiernamente acariciado. Poesía es volcán rugiente que lanza al viento su furia. Calma tensa, incipiente, que adormece el sentido que la hiere. Poesía es éxtasis de los amores, deseo frugal de los amantes, que se entrelazan en el etéreo, aminorando el golpe brutal de la clepsidra contra el tiempo. Poesía es amor, dolor, gozo, sufrimiento. |
Soñador de amores ©No soy poeta porque no concibo elaborar los versos.
A lo sumo aspiro ser un iluso soñador que plasme en las vidas, en el lienzo virgen los sentimientos puros de la inspiración. La euforia preñada de alegría me invade cuando escribo con la tinta del alma, los cánticos que la pasión me grita, desangrándose verso a verso desde el inconsciente. Llanto, dolor, amor, pasión, tormento, brotan a borbollones, en tropel desordenado para acallar las penas, o reír de alegría cuando se libera del tormento. No soy poeta porque no atino a decir lo que otro quiere. Solo pretendo al exponer la letra incierta, desnudar ante ti mi mente, mi alma tranquila, coherente, que te llene de versos, de amores con un beso sonoro del cielo para que adorne tu frente. |
Desesperanza ©Pidió el pintor al cielo la inspiración
para plasmar en su lienzo el firmamento. Pidió el músico al viento la ensoñación para copiar el sonido melodioso con su ulular lento. Pidió el gato las manchas. Se vistió el cisne de blanco. Pidió el colibrí la gracia. El pavo real abanicó la tarde. A mí qué me has dejado vida.? Porque apartaste los sentimientos. A mí que me has dejado vida, que tan solo me sumiste en una vorágine de amargo sufrimiento. Despliega tu magia pavo real, colibrí sonríe al viento. Vida apiádate de mí. Vida dame un poco de tu aliento. |
Quiero ser ©No quiero ser como el tiempo
que se arrastra sigiloso entre las nubes, bailoteando en la sinuosa cadencia del ondulante viento. No quiero ser eterno y deambulando. No quiero ser etéreo y deambulando. No quiero ser esencia y deambulando. Porque solo quiero ser luz que se esconde entre los montes, iluminar el lento trajinar de los caminos que discurren cautos, sumidos en el sinfín de la inmensidad. No quiero ser como la ola que en la serena paz del infinito, corona con insólita violencia la cálida placidez del agua. No quiero ser gota de lluvia que en su afán de dar la vida, irrumpe con fingida insolencia golpeando, arrastrando sin piedad la simiente. No quiero ser el clamor del tiempo ido que martilla las sienes con su fiera cizaña. Solo quiero ser la parra, la rosa, el peral o el amaranto, para dar sentido a mi efímera existencia, cubriendo este amor que siento con tu aliento, tu fe, tu sentimiento. |
Se me han perdido los ojos ©
No puedo ver el mundo con los ojos de la cara porque los he
perdido en el cieno de la maldad humana.
No puedo ver tus ojos arrullando mi tristeza,
porque mis ojos yermos se perdieron
en el fango de la pudrición mundana.
No puedo ver la sombra difusa en el camino,
que se desdobla lentamente al avanzar la tarde,
para abrazarse con el pardo manto de la noche.
No puedo ver porque se han perdido mis ojos.
Se han caído al vacío y en su loco descenso
los contuve aprisionados entre mis dedos temblorosos.
Se escurrieron, trémulos, lentos, cadenciosos,
buscando el abrigo del tibio suelo.
Se me han caído los ojos y solo puedo adivinar tu dulce rostro
al sentir un tenue palpitar recostado entre tu seno.
Se me han caído los ojos y al sentir la hierba fresca se han fundido
con la frescura del amor que grita en mis sentidos.
Se me han caído los ojos crispando mis ansias mas vagas,
frustrando mis más caros anhelos y en las cárcavas vacías
anidó el hastió y sonrió el miedo.
perdido en el cieno de la maldad humana.
No puedo ver tus ojos arrullando mi tristeza,
porque mis ojos yermos se perdieron
en el fango de la pudrición mundana.
No puedo ver la sombra difusa en el camino,
que se desdobla lentamente al avanzar la tarde,
para abrazarse con el pardo manto de la noche.
No puedo ver porque se han perdido mis ojos.
Se han caído al vacío y en su loco descenso
los contuve aprisionados entre mis dedos temblorosos.
Se escurrieron, trémulos, lentos, cadenciosos,
buscando el abrigo del tibio suelo.
Se me han caído los ojos y solo puedo adivinar tu dulce rostro
al sentir un tenue palpitar recostado entre tu seno.
Se me han caído los ojos y al sentir la hierba fresca se han fundido
con la frescura del amor que grita en mis sentidos.
Se me han caído los ojos crispando mis ansias mas vagas,
frustrando mis más caros anhelos y en las cárcavas vacías
anidó el hastió y sonrió el miedo.
Fronteras ©Estoy contemplando el mundo desde lo alto de mis desvelos,
mientras que en lontananza la luna exhibe la placidez de su velo. Vaga mi pensamiento en la inmensa serenidad del azul cielo mientras en un azar convulso una bandera herida cae al suelo, porque un patriota delirante osó posar su mano en su asta erguida. Restalló el eco de un gélido fusil y al callar su sonido hiriente, un patriota vierte su sangre ofrendándola a su madre amante Que flagrante delito según la tosura humana comete la luna, al no separar su cara poniendo fronteras para dignificar la grandeza humana. Qué hermoso ejemplo luna cimera, conservarte casta sin aires de degradación ni heridas bordeando tu calidez, preservando incólume tu diáfana hermosura. |
Alma perdida © |
¿Qué por qué estoy triste Señora?.
Porque mi alma pura perdió su inocencia. Aquella que nació cristalina como el agua de los manantiales, diáfana como el tibio viento que hace ondear el rubio rizo, grácil como la iridiscencia del diamante, ha dejado en el camino de su existencia jirones de candor. En su andar cansino por el mundo errante tiño su ser de canela al recibir el eco voraz del enemigo. Se vistió de negro al sucumbir al clamor del egoísmo Se embebió de cieno al sufrir el fragor de la maldad. ¿Que por qué estoy triste Señora? Porque esa alma impura se cerrara al amor. Porque esa alma otrora ingenua en su desesperanza, anidara el dolor de la maldad aciaga del mundo, que en su acometida innoble destruye con sus nudos de odio la bondad y el amor. ¿Qué por qué estoy triste Señora? Porque la cándida ingenuidad de esa alma diáfana ha sido contaminada por el oprobio y el abyecto dolor. Porque la ternura sutil de su prístina inocencia ha sido mancillada en la vorágine de la ingratitud de la decadencia rutilante de la escoria humana. |
Perdón ©
No lo sabía por lo que desde lo más profundo de mi alma contrita
te pido disculpas por mi equivoca acción.
No lo sabía y sonreí
cuando la tersa brisa acaricio los campos.
No lo sabía y sonreí
cuando mi espíritu anhelante de alegrías
creyó percibir el saludo de la suave grama,
que se elevaba al cielo en oscilantes movimientos
al recibir tu bendición.
No la sabía y sonreí
al sentir tu caricia que inundó de gozo mi alma,
y agolpó la vida que frenética corrió
por mi cuerpo entero.
No lo sabía y sonreí
mas ahora comprendo que equivoqué el sentir de la señal,
porque la brisa era salobre e irradiaba desesperación.
El viento bañando los campos quemaba la alegría,
su estela mustia reflejaba la desolación
que los tiempos han proveído en vanas
acciones frívolas, mundanas.
No lo sabía y sonreí.
Confundí la señal.
Te ruego perdón.
¿Estás llorando Señor?
te pido disculpas por mi equivoca acción.
No lo sabía y sonreí
cuando la tersa brisa acaricio los campos.
No lo sabía y sonreí
cuando mi espíritu anhelante de alegrías
creyó percibir el saludo de la suave grama,
que se elevaba al cielo en oscilantes movimientos
al recibir tu bendición.
No la sabía y sonreí
al sentir tu caricia que inundó de gozo mi alma,
y agolpó la vida que frenética corrió
por mi cuerpo entero.
No lo sabía y sonreí
mas ahora comprendo que equivoqué el sentir de la señal,
porque la brisa era salobre e irradiaba desesperación.
El viento bañando los campos quemaba la alegría,
su estela mustia reflejaba la desolación
que los tiempos han proveído en vanas
acciones frívolas, mundanas.
No lo sabía y sonreí.
Confundí la señal.
Te ruego perdón.
¿Estás llorando Señor?
La agonía de la cigarra ©Que triste escuchar el son lastimero
de la cigarra que agoniza, llorando lagrimas de dolor. Lágrimas que en su vertiginoso caer se sujetan amorosamente entre las tibias redes del capullo corazón que las arrulla, hasta que cediendo a la desazón las liberan en finas briznas de lluvia, que recoge la seca tierra con fruición. Lagrimas que presagiaron muerte. Lagrimas paridas con dolor. Lagrimas abandonadas al suelo yermo, propiciaron vida, cultivaron flores, llenaron de aromas, luz y color el agreste paisaje Las cigarras sonrieron al mundo derramando lágrimas veteadas, de alegría con dolor. Canta cigarra, canta. Canta al mundo tu dolor que tu canto cultive vida adornando la creación. |
Sueños ©
Mis sueños viven no porque lo quiera
sino porque no puedo controlar el desenfreno de mi subconsciente. Sueño de día, en la plenitud de la montaña embebido en la paleta del pintor adolescente. Sueño utopías, sueño frágilmente con la inocencia encapsulada en el alma displicente. Sueño de noche absorbido en la feroz tormenta, adormecido en el opio del impío delincuente, sueños obscenos, sueños decadentes que me derrumban hasta el borde mismo del infierno hiriente. |
Policromía © |
Se tiñó de luz la mañana reverberando en su policromía.
Danzarino el rio burbujeaba en su cauce alegre rebosando fuerzas, musitando tierna armonías. En la piedra campana resonó el bronce bruñido al nacer los rayos de ese nuevo día, mientras a lo lejos resuena en los aire el sonido frágil de la chirimía. Resuenen guitarras, retumbe el teponastle, griten a los montes cantos de alegrías. Que el candor del arpa surque los cielos bañando en su tibio eco el vasto horizonte allende la lejanía. Vibre la ocarina sus cantos ansiosos de felicidad, despertando a la vida el batir de las alas en las alas mismas de la eternidad. Vida que despierta amores que aspiran furtivos el aire glorioso que brota en racimos desde el manantial. Fuente de la vida que bañó al artista que con movimientos calmos, serenos, moldeo alegorías en las rocas yermas, tallando su estirpe en su caminar . Canta flauta dulce, suena banyo añejo, griten para el mundo su felicidad. Bailen al unísono danzas armoniosas que impregnen la vida en la humanidad. Vuela cóndor en los Andes, muestra quetzal tu color en la patria mía. Canta Sinzontle en la Huasteca, trina jilguero en la serranía. Que todos los cantos se fundan en besos, que arropen al mundo con su melodía. |
El salto de la novia ©Con su vaporoso vestido blanco al talle ceñido
la novia con su ramo de amores lanzó su cuerpo al vacío, sintiendo las caricias en su alma viva de la seda espumosa del agua del complaciente rio, que subía con ternura abrazándola en su agonía. Agua de seda que precipitó su historia. Cascada de dolor que acallaría sus ruidos. Vertiginoso descenso a las sombras, donde su cuerpo inerte yacería dormido. En su infancia serena y pura se entregó al amor prometido, en los brazos de la desventura se sumió su amante en el olvido, y en su tormentoso presente quedó aletargada y herida. ¡Ah sorpresas del destino¡, presentar ante su amargura un amor casi divino que la sublimó con caricias, con mimos, mas no supo perdonar la historia que su pasado infantil había vivido. Con ojos de ensueño anhelante, con su vestido blanco al talle ceñido, la novia aferrada a su amargo tormento, con el alma dolida por un pasado cruento, con la pasión brillando en los ojos de un amor precioso ofrecido, abrió los brazos al cielo y presa de un dolor profundo, en silencio comenzó su vuelo. Se lanzó al ignoto vacío, y en su caer sereno acalló el sufrimiento mirando el agua del rio. Entre el cauce adolorido vaga el alma entre recuerdos. Llora por su amor perdido. Clama por su amor eterno. |
Distorsiones de mi mente ©
Con la complicidad de la noche un gato azul ambarino
se solaza en su sexo con la tibia bufanda fragante que encontró en su camino. Con parsimoniosa alegría, movimientos acompasados y un rítmico jadeo, penetra en la noche obscura el rígido tejido dando rienda suelta a su deseo. Que será del destino mientras la luz que brilla en esos ojos de frio gris cetrino se transforma en irisdicentes destellos de placida agonía. A lo lejos en lontananza la cigarra trasnochada canta agradeciendo el día. Canto amargo, canto dulce. Canto que presagia muerte. Porque has de ofrendar tu vida para que otro viva el presente. Un silencio dulce sepulcral tiñe el hastío. Un silencio amargo en la noche obscura se apodera del entorno mío. En la placidez de la niebla densa no se escucha ya el jadeo incesante. El frenético maullido del amante se ha tornado en susurros, en dulzura delirante. Ya no atino a asimilar los sabores agridulces vertidos en la fuente del destino, los colores que obnubilan mi mente, que nublan mi camino golpeteando en mis sienes con lo incierto del sendero en este transitar perenne, que duele, que adormece el sentido. Dime tu noche callada, dime tu alma certera, dime tu que depara el camino más alla de esta frontera. Porque si el rosa se tiñe de pálidos tonos amigos, porque no puede mi vida solazarse contigo. Dime porque noche serena le guiñas tus ojos a la luna. Dime porque luna amiga te despojas de tu pudor y te desnudas en la fuente cristalina. Dime mi fiel compañera, que será de mi tendido en la blanca arena. Colores verdes, amarillos, pálidos violeta, dan vuelta en mí taciturna vida y adormecen mi consiente. Colores fugaces, danzantes, entrelazados en mi mente. Teje en tu andar serena maravilla, haz de mi vida tu mundo, haz de mi vida tu ambiente. |
La noche herida ©Al fragor del cruel incendio
la muerte ganó ese día. Entre la neblina negra del denso humo que obscurecía la parda noche un bombero salió vacilante. Victorioso. Salió ya sin vida. Protegida entre sus brazos traía la tierna inocente que sollozante gemía por su muñeca preciosa, que entre las llamas atrás en ese preciso instante, con dolor, con angustia se retorcía. Con suavidad y ternura depositó en la grama la frágil figura entregando su propio cuerpo a la muerte obscura, pasando en silencio a la otra vida. Compungidos hasta el dolor los compañeros combatieron el terrible y voraz siniestro, retornando lentamente con sus semblantes caídos, con las campanas a duelo, con el amigo dormido. En la estación triste, en la sala doliente resalta el altar en que se sienta la muerte, preparado con la manguera aun caliente que acompañó la vida entera de ese bombero abnegado, que con su amada en los labios y el amor de su niña del alma esculpido en la frente entregó su alma a la muerte por salvar una vida. En la sala silente yace el féretro conteniendo el cuerpo del valiente y a su lado con el alma contrita, compungida, sollozantes los fieles compañeros de la compañía desolados, abatidos por la pena inmensa que abrumaba el tenso ambiente musitaban en silencio su adiós en la partida Tu ejemplo compañero, hermano, será luz en nuestras vidas - musita lloroso el joven teniente – que presuroso se aprestar a rendir los honores en la sala callada, en ese amargo y tenso ambiente mientras gime el entorno de la vida Un silencio sepulcral invade el espacio doliente cuando resuena en la sala tres veces su nombre escuchándose solo el eco de la despedida. Bombero, Héroe Anónimo Bombero Héroe Anónimo Bombero Héroe Anónimo No responde señor, el ya ha partido, Contesta al unísono el coro mustio de las voces de la compañía, con gruesas lagrimas de angustia que ruedan pesadamente hasta el duro suelo que las recoge con placido amor e hidalguía, mientras un coro de ángeles musita en el aire un sentido adiós. Su despedida. |
La hija del roble ©
Desde su altiva copa entre las nubes bajas,
entre suspiros callados cavila en silencio el vetusto roble
sintiendo que henchido de amor se moría, mientras que a lo lejos ,
guiñando los tímidos ojos, derramando celos de amarga utopía,
fingiendo alegrías la luna celosa paseaba su garbo por el lejano monte.
A su pie callado en silencio acongojante, un mozo suspira anhelante
esperando ansioso a su joven amante.
Con parsimoniosa alegría, con devaneos de amor profundo,
suspira galante, esperando divisar en la lejanía la grácil figura
mientras que allá en las alturas, con sublime ternura el añoso roble
descubre a la niña , que presa del deseo pasajero al llegar con prisas ,
se entrega en éxtasis de frenesí, al delirio, al placer obsceno.
Asi vi a tu madre extasiada un día, colmada de amor, de deseo,
-suspira el roble cantando con dolor a la moza.
Asi como te veo hermosa recostada a mi pies en la arena,
presa del deseo lujurioso , del placer terreno,
asi escuche de sus labios sus risas divinas , sus juergas dichosas
de un amor fingido y me extasié con sus mas intimas caricias.
Así concebí tu vida entre mi tronco rugoso, embriagado con
el néctar de las más pura felicidad.
Asi deposite en su vientre mi savia bendita
para traerte al mundo, salpicada del roció de
la aurora en que siempre te anhele.
entre suspiros callados cavila en silencio el vetusto roble
sintiendo que henchido de amor se moría, mientras que a lo lejos ,
guiñando los tímidos ojos, derramando celos de amarga utopía,
fingiendo alegrías la luna celosa paseaba su garbo por el lejano monte.
A su pie callado en silencio acongojante, un mozo suspira anhelante
esperando ansioso a su joven amante.
Con parsimoniosa alegría, con devaneos de amor profundo,
suspira galante, esperando divisar en la lejanía la grácil figura
mientras que allá en las alturas, con sublime ternura el añoso roble
descubre a la niña , que presa del deseo pasajero al llegar con prisas ,
se entrega en éxtasis de frenesí, al delirio, al placer obsceno.
Asi vi a tu madre extasiada un día, colmada de amor, de deseo,
-suspira el roble cantando con dolor a la moza.
Asi como te veo hermosa recostada a mi pies en la arena,
presa del deseo lujurioso , del placer terreno,
asi escuche de sus labios sus risas divinas , sus juergas dichosas
de un amor fingido y me extasié con sus mas intimas caricias.
Así concebí tu vida entre mi tronco rugoso, embriagado con
el néctar de las más pura felicidad.
Asi deposite en su vientre mi savia bendita
para traerte al mundo, salpicada del roció de
la aurora en que siempre te anhele.
Cuento
Esto de la moridera ©
Viera que estoy como entre asustado y amarillo celeste porque ayer por la tardecita caí en la cuenta de algo que nunca ni por la mente me había pasado. Estaba la tarde muy tenue, como apaciguando la imaginación. Una brisa calma invitaba a buscar sosiego, por lo que me pareció interesante refugiarme en la paz de una banca en el corazón del mismísimo parque del pueblo porque sería una bonita ocasión de escuchar sus cuentos de amores.
Quien más pensé para mis adentros que esa banca vetusta podría saber de arrullos, confidencias, mimos y pasiones si por los siglos que tenía de vida había sido testigo de las fábulas de los amantes, que con la complicidad de la penumbra en la tardes y el silencio cómplice de los arboles de almendro, se habían prodigado tiernamente
Antes de sentarme me compré un helado, de esos de palillo con sabor a ramillete de frutas donde destacaba el gusto agridulce de la guanábana, esa fruta sencilla de estirpe real que es obligada en las mesas de nuestro pueblo cuando está de temporada. Con sumo cuidado me arrellané en la banca acomodando mis libros preferidos en un ladito por si al helado se le ocurriera deshacerse muy rápido, y comencé a observar las personas que poblaban el lugar.
Apartadas en una esquina dos señoras ya entraditas en años estaban enfrascadas en una amena charla poblada de ademanes y risas y de tanto en cuando se alisaban los pliegues de sus hábitos similares a la orden religiosa de los carmelitas. No eran religiosas provenientes de ningún convento, sino solo mujeres del pueblo que ofrecieron vestir por el resto de sus vidas el abrigo color carmesí.
A quién se lo ofrecieron o el porqué de esta acción seguirá siendo una incógnita, pero creo que tengo algunas ideas razonables que podrían explicar el hecho, aunque prefiero callármelas, porque de lanzarlas al aire estaría cayendo en el vicio poco agradable del chismorreo. Ya porque allá en Macondo una dama respetable decidiera calzar a perpetuidad un guante en su mano para paliar una acción - que a ella se le antojó horrenda,- eso no me otorga ninguna libertad para especular con los hábitos de las damas que se pavoneaban con aires de dignidad en el arbolado parque.
Esta forma de vestir era o sigue siendo, una tradición que se respeta en nuestros pueblos donde por algún motivo especial, ya fuera por salud, por favores o por deseo simple y llano, algunas mujeres decidían que en el futuro solo vestirían ese habito y esa decisión era no solo respetada sino admirada por toda su parentela. Conste que también a veces se les ocurría imponer esa costumbre a uno que otro pobre varón inocente, pero como presumo entendieron que no se vería muy galante vestido de hábito y trabajando en las labores de campo, solo le imponían llevar atado en la cintura el cordón de San Francisco o un escapulario.
Tradiciones de pueblo, al fin y al cabo
Unas bancas más al centro y como escondida detrás de un almendro muy frondoso una pareja de jóvenes se lanzaban miradas tiernas y se prodigaban risas que sospechosamente podrían parecer nerviosas mientras que jugueteaban abanicando el aire con sus manos.
Juventud, divino tesoro, - murmuré, mientras continuaba mi paseo visual tratando con poco éxito de contener el incesante goteo del que ya para entonces era más palillo que helado. Casi que en la esquina,, cerquita del templo un grupo de hombres gesticulaban moviéndose activamente y de cuando en cuando lanzaban risas estruendosas con algunos aplausos vigorosos. La conversación se veía bastante amena, por lo que pensé que de seguro estaban rememorando acciones de sus tiempos idos, porque disculpe que olvidé mencionarlo, todos poblaban canas aunque a juzgar por sus acciones, su espíritu jovial se veía intacto. Ese era el panorama que mis ojos veían, además de los arboles, algunos con frutos, otros con flores y los mas con una memoria vigorosa impresa, adormecida entre su caudal de verdes hojas que ni el avanzado otoño había atardecido.
Ya me disponía a comenzar mis lecturas favoritas, las mismas que con incesante apetito había releído varias veces a la luz tímida de las velas, pero que siempre evocaban en mi sentimientos de admiración, cuando escuché el sonar de las campanas de la iglesia que hicieron levantar el vuelo de la miríada de palomas castizas que hacían del campanario su hogar. Una sensación de ahogo recorrió mi cuerpo porque las campanas llamaban a duelo con un tañir melancólico, angustioso, casi que de miedo. Volviendo la mirada descubrí que al doblar de la esquina, la cureña tirada por dos caballos negros avanzaba lenta, con paso mortuorio como si no tuviera ganas de llegar a su destino.
Los varones que hasta hace poco se encontraban en amena charla, poniendo cara de desconsuelo se aprestaron a cargar el féretro desde su transporte hasta el atrio del templo, donde el cura ataviado de rojo carmesí ya estaba esperando el ingreso de la comitiva ensayando su mejor mueca de compasión.
Cerquita de mí con rumbo a la iglesia pasaron las damas sudorosas, enfundadas en su hábito Carmelo, dejando una estela agradable de olor impregnada de lavanda y limón. Una voz muy tenue, casi sofocada, como desafiando la lealtad de la memoria, nacida entre los dientes apretados, murmuraba con ironía; – “Que descanse en paz su alma, pero su cuerpo maldito lo consuma el diablo hasta lo más profundo de la aguas turbias en la mas fiera de la correntada”.
Fue en este preciso momento donde me asaltó un extraño temor porque caí en la cuenta de que ayer tempranito habían salido dos conocidos en el mismo camino, aunque en diferente cureña para el viaje final hasta su último aposento.
Chuta el panadero fue el primero y le siguió obediente Juancho el carnicero. Reflexionando solo para mis adentros le comenté a la banca entre escéptico y asustado como sintiendo un gran desconsuelo si se había dado cuenta de que ahorita mismo se está muriendo la gente que nunca antes se había muerto. Por fortuna del helado solo quedaba el palillo por lo que recogí mis libros amados, resolviéndome a buscar refugio en la soledad de mi choza ahumada olorosa a cedro amargo para olvidar mi hallazgo, pero decidido a prepararme por si alguna cosilla se me presentara tan tempranamente.
Debo reconocer con todo humildad que aun no me había dado cuenta de que en la, banca se había establecido un enorme charco, que de seguro tenia olor a frutas y guanábana. Esto lo hago porque si usted me observó retirarme tan apresuradamente no vaya a tener una idea equivocada de mi repentina escapada y presuma de alguna otra acción.
Quien más pensé para mis adentros que esa banca vetusta podría saber de arrullos, confidencias, mimos y pasiones si por los siglos que tenía de vida había sido testigo de las fábulas de los amantes, que con la complicidad de la penumbra en la tardes y el silencio cómplice de los arboles de almendro, se habían prodigado tiernamente
Antes de sentarme me compré un helado, de esos de palillo con sabor a ramillete de frutas donde destacaba el gusto agridulce de la guanábana, esa fruta sencilla de estirpe real que es obligada en las mesas de nuestro pueblo cuando está de temporada. Con sumo cuidado me arrellané en la banca acomodando mis libros preferidos en un ladito por si al helado se le ocurriera deshacerse muy rápido, y comencé a observar las personas que poblaban el lugar.
Apartadas en una esquina dos señoras ya entraditas en años estaban enfrascadas en una amena charla poblada de ademanes y risas y de tanto en cuando se alisaban los pliegues de sus hábitos similares a la orden religiosa de los carmelitas. No eran religiosas provenientes de ningún convento, sino solo mujeres del pueblo que ofrecieron vestir por el resto de sus vidas el abrigo color carmesí.
A quién se lo ofrecieron o el porqué de esta acción seguirá siendo una incógnita, pero creo que tengo algunas ideas razonables que podrían explicar el hecho, aunque prefiero callármelas, porque de lanzarlas al aire estaría cayendo en el vicio poco agradable del chismorreo. Ya porque allá en Macondo una dama respetable decidiera calzar a perpetuidad un guante en su mano para paliar una acción - que a ella se le antojó horrenda,- eso no me otorga ninguna libertad para especular con los hábitos de las damas que se pavoneaban con aires de dignidad en el arbolado parque.
Esta forma de vestir era o sigue siendo, una tradición que se respeta en nuestros pueblos donde por algún motivo especial, ya fuera por salud, por favores o por deseo simple y llano, algunas mujeres decidían que en el futuro solo vestirían ese habito y esa decisión era no solo respetada sino admirada por toda su parentela. Conste que también a veces se les ocurría imponer esa costumbre a uno que otro pobre varón inocente, pero como presumo entendieron que no se vería muy galante vestido de hábito y trabajando en las labores de campo, solo le imponían llevar atado en la cintura el cordón de San Francisco o un escapulario.
Tradiciones de pueblo, al fin y al cabo
Unas bancas más al centro y como escondida detrás de un almendro muy frondoso una pareja de jóvenes se lanzaban miradas tiernas y se prodigaban risas que sospechosamente podrían parecer nerviosas mientras que jugueteaban abanicando el aire con sus manos.
Juventud, divino tesoro, - murmuré, mientras continuaba mi paseo visual tratando con poco éxito de contener el incesante goteo del que ya para entonces era más palillo que helado. Casi que en la esquina,, cerquita del templo un grupo de hombres gesticulaban moviéndose activamente y de cuando en cuando lanzaban risas estruendosas con algunos aplausos vigorosos. La conversación se veía bastante amena, por lo que pensé que de seguro estaban rememorando acciones de sus tiempos idos, porque disculpe que olvidé mencionarlo, todos poblaban canas aunque a juzgar por sus acciones, su espíritu jovial se veía intacto. Ese era el panorama que mis ojos veían, además de los arboles, algunos con frutos, otros con flores y los mas con una memoria vigorosa impresa, adormecida entre su caudal de verdes hojas que ni el avanzado otoño había atardecido.
Ya me disponía a comenzar mis lecturas favoritas, las mismas que con incesante apetito había releído varias veces a la luz tímida de las velas, pero que siempre evocaban en mi sentimientos de admiración, cuando escuché el sonar de las campanas de la iglesia que hicieron levantar el vuelo de la miríada de palomas castizas que hacían del campanario su hogar. Una sensación de ahogo recorrió mi cuerpo porque las campanas llamaban a duelo con un tañir melancólico, angustioso, casi que de miedo. Volviendo la mirada descubrí que al doblar de la esquina, la cureña tirada por dos caballos negros avanzaba lenta, con paso mortuorio como si no tuviera ganas de llegar a su destino.
Los varones que hasta hace poco se encontraban en amena charla, poniendo cara de desconsuelo se aprestaron a cargar el féretro desde su transporte hasta el atrio del templo, donde el cura ataviado de rojo carmesí ya estaba esperando el ingreso de la comitiva ensayando su mejor mueca de compasión.
Cerquita de mí con rumbo a la iglesia pasaron las damas sudorosas, enfundadas en su hábito Carmelo, dejando una estela agradable de olor impregnada de lavanda y limón. Una voz muy tenue, casi sofocada, como desafiando la lealtad de la memoria, nacida entre los dientes apretados, murmuraba con ironía; – “Que descanse en paz su alma, pero su cuerpo maldito lo consuma el diablo hasta lo más profundo de la aguas turbias en la mas fiera de la correntada”.
Fue en este preciso momento donde me asaltó un extraño temor porque caí en la cuenta de que ayer tempranito habían salido dos conocidos en el mismo camino, aunque en diferente cureña para el viaje final hasta su último aposento.
Chuta el panadero fue el primero y le siguió obediente Juancho el carnicero. Reflexionando solo para mis adentros le comenté a la banca entre escéptico y asustado como sintiendo un gran desconsuelo si se había dado cuenta de que ahorita mismo se está muriendo la gente que nunca antes se había muerto. Por fortuna del helado solo quedaba el palillo por lo que recogí mis libros amados, resolviéndome a buscar refugio en la soledad de mi choza ahumada olorosa a cedro amargo para olvidar mi hallazgo, pero decidido a prepararme por si alguna cosilla se me presentara tan tempranamente.
Debo reconocer con todo humildad que aun no me había dado cuenta de que en la, banca se había establecido un enorme charco, que de seguro tenia olor a frutas y guanábana. Esto lo hago porque si usted me observó retirarme tan apresuradamente no vaya a tener una idea equivocada de mi repentina escapada y presuma de alguna otra acción.