Pablo y yo
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El otro William es el que busca los aplausos. Presume de su iluminada imaginación y su destreza narrativa. Yo, en cambio, debí recurrir a la bajeza de parafrasear al gran Borges para iniciar este relato; no vaya a ser que de todos los talleristas sea el único que deja la página en blanco. Ese William, ese Velásquez que presume de su apellido como si de verdad fuera descendiente del pintor español, se vanagloria publicando sus dibujos terminados, casi perfectos, en la web; esperando el dedito en alto de sus amigos y, por qué no, hasta algún buen comentario. ¡Ah! Pero soy yo el que trasnocha cada sábado, la única noche en la que podría dormir a mis anchas sin pensar en despertadores, en horarios de esclavo, en autobuses claustrofóbicos; y me mancho los dedos con grafito o pinturas de óleo, trazo líneas fallidas, arrugo papeles, borro, redibujo, borro de nuevo hasta que el garabato sea medianamente presentable y poder así entregárselo a ese fantoche presumido, que saca pecho y lo muestra al mundo así no más, como si fuera suyo, sin una sol ojera amoratada bajo sus párpados, sin el dolor de cintura que yo aguanto con tal de terminar sus encarguitos. Y es él quien se lleva los créditos; él: el William artista, el gran dibujante, ¡vaya grosería! ¿Y escribiendo? ¡qué pedante! Se cree poeta el muy descarado, compra y amontona libros con la enferma intención de devorarlos, como si le sobrara el tiempo; me roba los papeles que a duras penas logro tachonar con unos pocos versos y si le gustan, se los muestra a sus contertulios el domingo. Si no le convencen, se devuelve con semblante amenazador y me obliga a recomenzarlos, a pulirlos, a retocar la segunda línea, a jugar con sinónimos, que la ortografía, que la sintaxis, ¡como si hubiera estudiado filología alguno de los dos! Él que apenas puede alardear de diseñador gráfico porque obtuvo un cartoncito que lo respalda; y yo trabajando como un pobre impresor de poca monta, por un sueldo miserable, que, con tres hijos, una esposa y un chihuahua que alimentar, parece una borona en el plato más humilde de la miseria. El William que ustedes conocen se llena la boca con sus libros inéditos, esas promesas de gloria tan endebles que con un click inquisidor en cualquier momento desaparecen; yo, en cambio, no puedo soportar más este pánico escénico, este vértigo de ser escuchado, leído, criticado. No miento cuando afirmo que le guardo algo de conmiseración, y una alta dosis de pena. ¿Por qué intentará con tanto desespero ganar el favor de los demás? Con lo bonito que es pasearse por la vida así como yo: como un completo desconocido. William Velásquez V. 16/08/2015 Luis o Esteban y yo Al otro, a Luis, o Esteban, como prefieran llamarle es a quien le ocurren las cosas. Yo camino entre Turrialba y Pejibaye dependiendo del calor, mirando el jade hipnotizador del río Pejibaye, retozo con mis perros y madrugo porque la obligación lo demando.
De Luis, espero que este nombre sea un algo y no solo un renglón mas en una planilla de 7 a 4. Me gustan los vídeo juegos tanto como los libros porque me llevan a otros mundos, y la música que brinda combustible mental, las horas de dormir y noches con lluvia. Al otro, le gusta rechazar un poco esas rutas, prefiriendo sentir la tierra en sus pies, mirar profundo a la noche y prestar oído a que esta le responda, camina entre el polvo y se detiene para esperar un soplo de viento que lo lleve a la montaña profunda que observa a la distancia. Nuestra relación es de uno siguiendo al otro, escapando del i hasta ++ para encontrar paz, y al ser el otro, alcanzar también todo aquello perdido. El uno gana el dinero, y busca abrirle espacios en el tedio para que el otro se vaya agigantando, creciendo y ocupando los rincones, como si fuera trayendo de a pocos, todas sus cosas, instalándose en la pieza. A veces, nos sentamos los dos juntos a leer un libro, a aprender, y trazar nuevas fronteras a donde iremos a explorar. En ocasiones entramos en disputa cuando no nos logramos poner de acuerdo, de estas escaramuzas van flotando maderos y esponjas, que tendremos que ir recogiendo para encontrar alguna nueva forma, donde algún día, quizás ambos seamos el mismo. Tengo precisa conciencia, de que el que escribe esto, soy yo, pero el otro me observa cerca. Ejercicio de lectoescritura basado en "Borges y yo".
A la otra, a Guadalupe, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por San José y Turrialba, en un lugar con paso calmo, en el otro apresurada y atenta. Me gusta la luz de la lámpara de mi cuarto antes de dormir, el olor a madera y las mañanas soleadas con tardes lluviosas. La otra, Guadalupe, prefiere ser espectadora camina con la mirada fija en el concreto, le rehuye a la lluvia, también mira pero observa. No es que tengamos una relación hostil; yo corro para para que Guadalupe camine, yo duermo para que ella sueñe, yo despierto en la mañana para que su día sea largo y sienta la luz dl sol, que le dé directo a su cara. Es verdad que ella vive aquí dentro, ha conseguido quedarse y construir una casa con cimientos profundos y reales, pero como si un río estuviera a punto de desbordarse: su naturaleza es de desastre, bota todo y lo reconstruye sobre los escombros, como pequeñas ciudades de Troya, una crece sobre las cenizas de otra, es la vida que nace de la muerte. Despacio vuelve a surgir, yo se lo permito, lo hace despacio pero inexorable, alarga sus manos y me rodea, me ata, y construye a mi alrededor una casa, yo espero paciente que la destruya. |
FacilitadoraMarisa Daniela Russo Archivos |